Ernst Ulrich von Weizsäcker, L. Hunter Lovins y Amory B. Lovins: Factor 4: duplicar el bienestar con la mitad de los recurosos naturales (informe al Club de Roma). Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona 1997. 429 págs. La población mundial, ya casi de 5800 millones de personas, sigue creciendo al ritmo tremendo de 88 millones de nuevos seres humanos cada año, y no se estabilizará en ningún caso antes de alcanzar al menos 8000 millones de personas (pero probablemente en un nivel más elevado). Más de la quinta parte de los habitantes de este “mundo lleno” son tan desesperadamente pobres que ni siquiera pueden satisfacer sus necesidades más elementales de alimento, agua potable y cobijo; otras dos quintas partes, aunque no padezcan hambre ni privaciones extremas, viven muy mal desde cualquier punto de vista; si por razones ecológicas ha de reducirse el consumo de recursos naturales y de energía, así como la cantidad de desechos y residuos que arrojamos a la biosfera, ¿significa esto condenar al hambre y la miseria a miles de millones de personas en el futuro inmediato? Uno de los atractivos del libro es que más de la mitad de su extensión — las doscientas páginas de su primera parte— consiste en cincuenta ejemplos concretos de factor 4 en el ámbito de la energía, los materiales y el transporte: desde “hipercoches” de construcción ultraligera y propulsión híbrida (que combinan un motor de combustión con uno eléctrico) hasta climatización natural en zonas tórridas o gélidas, desde envases de nuevos materiales (Belland) para sustituir a los plásticos hasta productos químicos que se alquilan en lugar de venderse, desde cámaras frigoríficas ocho veces más eficientes que las neveras convencionales hasta las ideas más avanzadas en transporte y urbanismo. Todo esto no son proyectos sino experiencias, realidades de factor 4 ya comprobadas en la práctica: de ahí que el “efecto de demostración” —buscado sin duda por los autores— sea potente. El lector, a quien esta idea quizá se le antojó extravagante o utópica cuando la oyó por primera vez, acaba convencido de su viabilidad. El capítulo 5 extrae lecciones aprovechables de la “planificación que minimiza los costes” o least cost planning en el terreno del suministro de electricidad que se ha desarrollado en los EE.UU. en los últimos veinte años (la idea es vender ahorro y eficiencia energética en lugar de más fluido eléctrico, o “negavatios” en lugar de “megavatios”: aunque resulte sorprendente, ha sido muy rentable para las compañías estadounidenses que lo practican); los capítulos 6 y 7 desarrollan las ideas de incentivar lo bueno y no lo malo y de que los precios han de decir la verdad, con una útil y detallada discusión de la reforma ecológica de los esquemas de subvención y los sistemas fiscales. La perniciosa idea de aparcamientos gratuitos en las empresas para automóviles privados es desacreditada como “leninismo de los aparcamientos” (p. 252): si Lenin levantara la cabeza, creo que sonreiría. El libro incluye un lúcido capítulo 13 sobre “Libre comercio y medio ambiente” que resultará herético para el neoliberalismo imperante, por cuanto argumenta sólidamente los riesgos sociales y ambientales que se siguen de la excesiva libertad de movimientos del capital y propone restricciones al libre comercio.
El autor alemán y los dos estadounidenses que han escrito Factor 4 tienen una respuesta esperanzadora: están convencidos de que puede darse un fuerte golpe de timón para cambiar el rumbo del progreso tecnológico y civilizatorio, y que la clave para ello es una revolución de la eficiencia con que empleamos los recursos naturales. “El factor 4 significa multiplicar la productividad de los recursos. Nuestra pretensión es extraer cuatro veces más bienestar de un barril de petróleo o de una tonelada de tierra. De este modo podremos duplicar nuestro bienestar y al mismo tiempo reducir a la mitad el desgaste de la naturaleza” (p. 20). ¿Se trata de una propuesta factible y realista?
La segunda parte del libro —titulada “La puesta en práctica: la eficiencia ha de ser rentable”— tiene un carácter más analítico y teórico, aunque las referencias a experiencias prácticas son también constantes. Aquí se trata de explorar los caminos por los que puede introducirse la revolución del factor 4 en el capitalismo realmente existente, y las herramientas disponibles para ello. Los autores, defensores de la economía de mercado, señalan que tenemos “la responsabilidad de crear un marco legal, moral e incluso económico necesario para el mercado. La doctrina vulgar no se da cuenta, generalmente, de que la realidad tiene muchos ‘marcos’, los cuales emiten señales a menudo absolutamente perversas que luego pagamos caro” (p. 215): los mercados capitalistas actuales en muchos casos recompensan los “pecados” ecológicos y castigan la conducta virtuosa.
Pero si “la realidad tiene muchos marcos” y hay que crear los que permitan una reducción drástica del impacto ambiental de nuestros sistemas socioeconómicos, entonces hablar de distorsiones del mercado (como hacen von Weizsäcker y los Lovins) resulta engañoso, ya que induce a pensar que existiría un “estado natural” de mercados no distorsionados al que habría que regresar. Como se desprende de la propia discusión en Factor 4, sin embargo de lo que se trata es de la construcción política de los mercados y de los marcos en que estos se desenvuelven, para que la actividad económica se mantenga dentro de los límites de sustentabilidad ecológica.
La estrategia de factor 4 sería un componente esencial de cualquier transición hacia una sociedad sustentable, quizá sólo como primera etapa (el debate en el mundo de habla inglesa o alemana se orienta ya hacia el factor 10... e incluso se habla de un factor 20). Se trata en cierta manera de lograr la cuadratura del círculo: cómo hacer socialmente aceptable el doloroso “apretarse el cinturón” ecológico que parece más inexcusable a cada día que pasa, cómo hacer una revolución económico-ecológica sin que nadie pierda. Un parto sin dolor al final de un siglo que se ha desangrado en demasiados abortos atroces. Pero ¿puede hacerse una revolución sin que nadie pierda?
La continuación de la dinámica expansiva puede anular todos los beneficios de la “revolución de la eficiencia”, como indican repetidamente los autores de Factor 4. Supongamos que esta revolución tecnológico-económica tenga éxito en el próximo medio siglo. Pues bien, si hacia el 2050 la población del planeta se estabiliza en 10.000 millones de habitantes (una previsión razonable) y la eficiencia con que empleamos la energía y los materiales se ha multiplicado por cuatro, pero durante este período el consumo mundial per capita ha ido creciendo a un modesto 1’5% anual (y pensemos que desde hace años el crecimiento anual de China es superior al 8%), entonces el consumo per capita se habrá duplicado en el 2050, con lo que el aumento de la población y el consumo absorberán todos los beneficios del factor 4, sin que disminuya en absoluto el impacto sobre los ecosistemas.
La “revolución de la eficiencia” es una condición necesaria, aunque no suficiente, para construir una sociedad sustentable. Sobre esto puede haber, debería haber un amplio consenso común a posiciones de izquierda y de derecha. El problema es que quizá tengamos razón quienes pensamos que superar el capitalismo y su cultura material y moral también es una condición necesaria —y no suficiente, desde luego— para lo mismo: dicho de otra manera, que “capitalismo sustentable” es una contradicción en los términos. Esta idea se sale del terreno de discurso donde se mueve el libro que comentamos hoy, que explícitamente opta por un capitalismo modernizado ecológicamente. Podemos hacer más con menos, pero también tendremos en muchos casos que hacer menos. Lo cual no quiere decir necesariamente vivir peor, sino vivir de otra manera: pero aquí la discusión sobre los cambios materiales desemboca en la de los cambios culturales... y en el cuestionamiento de las estructuras de poder y propiedad.
Jorge RiechmannÁREAS TEMÁTICAS
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