Tres iniciativas legislativas populares sobre organismos transgénicos en Austria
Los consumidores de toda Europa, y en particular los de nuestro país, manifiestan una justificada desconfianza respecto a los alimentos manipulados genéticamente; y algunas empresas transformadoras y distribuidoras de alimentos ya han declarado su negativa a emplear productos manipulados genéticamente.
En la semana del 7 al 13 de abril, 1’2 millones de ciudadanos y ciudadanas austriacos hicieron uso de la posibilidad de iniciativa legislativa popular (Volksbegehren) que incluye su ordenamiento jurídico —en este sentido más democrático que otros— para enviar al Parlamento de su país tres proyectos de ley, que respectivamente excluyen los organismos modificados genéticamente de la alimentación humana, prohiben la liberación intenciona de organismos modificados genéticamente en Austria y rechazan las patentes sobre la vida. ¡Hubieran bastado 100.000 firmas autentificadas para lograr el mismo resultado, pero en la iniciativa participaron 1’2 millones: casi la tercera parte del censo electoral! Se trata del Volksbegehren de tema ambiental que más ha movilizado a los austríacos en toda su historia, y el segundo en términos absolutos. ¿Cómo responderían los ciudadanos y ciudadanas de otros países europeos si tuviesen la oportunidad de pronunciarse sobre estas cuestiones? ¿Y cómo pueden gobernantes responsables desoír opiniones tan claramente expresadas?
Aquí sabemos que los ciudadanos y ciudadanas españoles, cuando nos investigan demoscópicamente, manifestamos una actitud en general muy favorable a la ciencia y la tecnología. Interrogados más concretamente sobre la ingeniería genética en el estudio IESA de 1990, el 66’6% de los encuestados estaba de acuerdo en emplear estas nuevas técnicas de “ADN recombinante” para desarrollar nuevas terapias génicas, y el 96’2% para que pudieran evitarse enfermedades hereditarias. Es decir, la aplicación de técnicas biomédicas de manipulación genética para mejorar la salud humana recibe una amplia aprobación social. Pero cuando se habla de productos alimenticios para el consumo se invierte esta actitud favorable: en el mismo estudio, el 76’1% de los encuestados no está de acuerdo en que la ingeniería genética se emplee para acelerar el engorde del ganado, y el 72’1% se oponen a que se aplique para obtener peces más grandes para el consumo humano.
Desde el trasfondo del optimismo tecnológico antes señalado, esta fuerte resistencia a las aplicaciones agropecuarias de la ingeniería genética es todavía más notable. Con el solapado proceso de introducción de organismos transgénicos en la alimentación humana al que asistimos en los últimos tiempos se están violentando las voluntades y las conciencias de ciudadanos y ciudadanas.
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Jorge Riechmann
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