Trabajadores, el rostro del medio ambiente

Anabella Rosemberg. Responsable del Departamento de Medio Ambiente y Salud Laboral de la CSI

Sequías. Inundaciones. Enfermedades. Hambre. Pobreza. Migración forzosa. El medio ambiente (o mejor dicho su degradación cada vez más aguda) lleva las caras de los trabajadores y trabajadoras del mundo.

«La lucha por el medio ambiente es también la lucha por la salud, la prosperidad y el empleo de hoy. El mundo que soñamos será justo porque será igualitario y también ecológico. Ese combate nos necesita.»

El panorama presentado por los científicos años atrás, y que no deja de corroborarse cada mañana cuando leemos el periódico, no se incorporó de forma automática a la reflexión del movimiento sindical. Fue necesaria la conjunción de los efectos que el cambio climático está produciendo ya, el desempleo que ha generado y años de trabajo y debate en las organizaciones para que el medio ambiente comenzara a considerarse como parte de nuestra responsabilidad como sindicalistas.

Hoy, después de los dos últimos Congresos de la Confederación Sindical Internacional (CIS), en los que se ha acordado por consenso importantes decisiones en materia ambiental, es posible empezar a hacer una pequeña evaluación de nuestros progresos y desafíos en esta área.

Lo primero que podríamos decir es que lograr un acuerdo entre confederaciones no es un trabajo fácil y el medio ambiente no es una excepción. A los clasificaciones habituales que encuentra la CSI en este tipo de tareas –“norte”/ “sur”, distinta tradición e ideologías– se le suma uno no menos importante: la diferencia en el nivel de sensibilización de las organizaciones sobre el tema. ¿Cómo asegurar un consenso honesto cuando no todas las partes conocen realmente sus intereses, los vínculos del medio ambiente con sectores económicos claves para su país o los mecanismos por los cuales se pueden transformar esos sectores para que se vuelvan mas sustentables?

El esfuerzo que se hizo en los últimos diez años en capacitar a los afiliados en los países en desarrollo fue clave para alcanzar posiciones sindicales equilibradas en el área ambiental y, en esa tarea, Sustainlabour –que fue acuñado por CCOO– cumplió un papel esencial.

Pero a pesar de todos los esfuerzos, siempre fuimos conscientes de que tener una posición equilibrada no es garantía de que los gobiernos te escuchen. Una acción fuerte y coordinada de presión hizo posible, tal vez, una de nuestras pocas victorias en la escena internacional en los últimos años: que las Naciones Unidas reconozcan que es preciso asegurar una transición justa para los trabajadores y acompañarlos en el camino de la sostenibilidad.

Si bien este reclamo logró hacerse un espacio en la agenda internacional, está claro que las generaciones futuras no considerarán la primera década del 2000 como la de una gran victoria para el planeta y su gente.

A la crisis económica y social que se vive hoy en Europa y en la que el gobierno español ha elegido ser el mejor alumno de la doctrina del ajuste y la pauperización de la mayoría, se suma el hecho de que poco se ha concretado en términos de los compromisos ambientales adquiridos por los gobiernos a nivel internacional: no sólo la transición justa no ha sido implementada, sino que además los objetivos para transitar ese camino y proteger el medio ambiente no han sido establecidos.

La ciencia nunca ha sido más clara y al mismo tiempo nunca los políticos han estado más lejos de la expresión de un compromiso auténtico para luchar contra el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación química, sólo por mencionar algunas luchas.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha publicado recientemente su informe anual sobre la “brecha de gigatoneladas”, una expresión un tanto friki para denominar la brecha existente entre la reducción de las emisiones necesaria para mantener nuestro planeta por una vía climática segura y lo que sucede en realidad.

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Y seamos claros: la situación está yendo a peor. La concentración en la atmósfera de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono (CO2), en lugar de disminuir está aumentando –en torno a un 20% desde 2000–, de modo que el panorama de los 4°C presentado por el Banco Mundial puede ser una posibilidad real en el curso de este siglo.

Así, lo que la ciencia nos está diciendo es que la cuestión no debería ser cuándo nuestras sociedades tendrían que tomar medidas (a menos que a lo largo de las próximas décadas aparezca algún tipo de tecnología milagrosa que nos salve de la catástrofe), sino más bien por qué seguimos comportándonos de forma tan sumamente irresponsable.

Yo anticiparía tres explicaciones: la fuerza de los poderes del status quo; la inercia de las inversiones, que siguen estando masivamente orientadas en la dirección equivocada; y, por último, el miedo a los cambios que tendríamos que atravesar si fuésemos honestos con respecto a nuestros compromisos para salvar el planeta.

Sindicatos, ¡allá vamos!

Estas tres explicaciones probablemente no sean las únicas, ya que sin lugar a dudas la crisis y las preocupaciones de corto plazo han logrado desplazar la importancia de una agenda progresista de cambio social y ambiental, pero son sin lugar a dudas las áreas donde los trabajadores y los sindicatos pueden y deben desempeñar un papel decisivo.

¿Podemos, en tanto que movimiento sindical, intervenir a favor de la transformación de todas las industrias e impedir que algunas de nuestras empresas sigan presionando a los Gobiernos en contra de las políticas ambientales, utilizando el empleo y los trabajadores como escudo para bloquear las acciones?

Como organizaciones ya hemos refutado estos argumentos en el pasado y a pesar de las presiones por parte de los empresarios hemos batallamos, por ejemplo, por la prohibición del amianto.

Tal vez las cuestiones ambientales, porque tocan a todos los sectores económicos, sean mas amplias, pero su naturaleza es la misma.

No se van a perder puestos de trabajo por que las empresas dediquen parte de sus inversiones a conseguir que las industrias sean ecológicas y dejen de pagar más de la cuenta a sus accionistas.

¿Podemos ser más firmes en nuestro apoyo a las inversiones verdes, que como sabemos también generan empleo y podrían convertirse en una pieza importante del establecimiento y desarrollo de un nuevo movimiento sindical sostenible?

Los sindicatos no esperaron a que los Gobiernos descubrieran que invertir en energías renovables, edificios sostenibles, la lucha contra la deforestación o la promoción del transporte público podía generar millones de puestos de trabajo –48 millones en tan sólo 12 países, para ser exactos, tal y como se indica en el informe de la CSI sobre Empleos Verdes.

Es hora de que reclamemos un cambio de verdad en las normativas que permita expandir los progresos en estos sectores.

¿Podemos empezar a invertir el dinero de nuestra jubilación de manera más estratégica y coherente, en lugar de que se siga utilizando –como sucede ahora– en conferir más poder a las mismísimas industrias que se dedican a bloquear los avances?

Nuestra propuesta de que se dedique por lo menos el 5% de las carteras de los fondos de pensiones a infraestructuras y energías limpias podría constituir un cambio enorme, puesto que haría que miles de proyectos de energías limpias en todo el mundo fueran viables.

Y por último, ¿podemos abogar mejor por la solidaridad como parte de esta transformación? ¿Podemos convencer a los gobiernos de que no hay razón alguna para temer por el liderazgo si conseguimos desarrollar juntos una alianza progresista que garantice una transición justa para los trabajadores y las comunidades, de forma que encuentren su lugar en la nueva economía verde y justa?

El reconocimiento internacional de la necesidad de estas medidas está ahí, pero todavía tenemos que hacer mucho más. Nuestro llamamiento al liderazgo en la protección ambiental –cambio climático a la cabeza– y nuestra capacidad para convencer a los gobiernos de que opten por una forma más equitativa de compartir los esfuerzos tiene que ponerse ya a prueba a nivel nacional.

Los científicos nos dicen que todavía podemos frenar la degradación ambiental antes de superar límites de no retorno. Unos compromisos internacionales más ambiciosos, combinados con políticas nacionales, aún podrían salvar la situación.

Estoy convencida de que, como movimiento organizado, podemos conseguir que estas políticas se hagan realidad. Nuestros empleos, nuestras comunidades, nuestros hijos dependen de ellas.

Ha llegado la hora de que el movimiento sindical diga presente en estos debates y salga de una falsa dicotomía entre las necesidades urgentes de hoy y las necesidades urgentes de mañana. La lucha por el medio ambiente es también la lucha por la salud, la prosperidad y el empleo de hoy. El mundo que soñamos será justo porque será igualitario y también ecológico. Ese combate nos necesita.

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