El último informe de la Agencia Intenacional de la Energía sobre el desarrollo de las energías renovables (EERR) dibuja un panorama mundial en el que existen tres escenarios bien diferenciados.
El último informe de la Agencia Intenacional de la Energía sobre el desarrollo de las energías renovables (EERR) dibuja un panorama mundial en el que existen tres escenarios bien diferenciados.
En primer lugar, en los países de la OCDE –el mundo desarrollado– este tipo de energías han experimentado un fuerte impulso durante la última década, incluso a pesar de la crisis. Así, gracias al desarrollo de la generación eléctrica eólica y al uso de biomasa y biocombustibles, las EERR han llegado a sostener una fracción significativa del consumo energético de esta región (un 8% de la energía primaria y un 17.3% de la generación eléctrica en 2010, que ha crecido a un ritmo superior al 3% desde 2005).
En segundo lugar, las economías emergentes –en concreto el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)– han experimentado un crecimiento de su consumo energético general muy fuerte. Por ejemplo, en el caso del sector eléctrico, el crecimiento anual ha sido de un 5,2% (frente al 1,6% de la OCDE).
A pesar de que este crecimiento del consumo ha ido acompañado también de una fuerte implantación de las EERR en países como China e India, esta tendencia ha supuesto un gran incremento en el uso de recursos fósiles en términos absolutos. En el caso paradigmático de China, el crecimiento de la generación renovable ha sido superior al de la convencional (186% frente a 169%, desde 2000). Sin embargo, dado el modesto punto de partida de las EERR en este país, el incremento de la generación eléctrica se ha basado principalmente en un aumento masivo del uso del carbón.
Finalmente, en el resto del mundo (incluyendo sobre todo los países más subdesarrollados de África, Asia y Sudamérica), la implantación de las EERR sigue siendo prácticamente anecdótica: la generación eléctrica renovable de la OCDE y los BRICS supone respectivamente un 56% y un 35% de la mundial. Estas cifras ascienden a un 79.5% y 12.3% cuando se excluye la generación hidroeléctrica y se consideran sólo las formas más modernas de generación.
Quizá la principal conclusión que se obtiene de este informe es que el desarrollo de las EERR requiere de unas ciertas condiciones sociopolíticas sólo alcanzadas en las economías desarrolladas y emergentes.
Es necesaria una voluntad política clara –ya sea motivada por planteamientos de autonomía energética o por la presión de la opinión pública– y concretada generalmente en la forma de incentivos económicos.
Además se requiere un sistema de I+D suficientemente maduro, incluyendo mecanismos de transferencia tecnológica al sector empresarial e industrial, pero principalmente de un sector de investigación público fuerte que lleve a cabo la investigación fundamental.
Así pues, la necesidad de desarrollar las EERR choca frontalmente con los planteamientos neoliberales, ya que estas condiciones sólo se alcanzan mediante una intervención pública bien dirigida y financiada –lo que resulta incompatible con los recortes y la reducción del Estado.
En nuestro país, la clase empresarial –con los directivos de las grandes eléctricas a la cabeza– se ha apresurado a retratar la inversión en EERR como un lujo bienintencionado pero inasumible al que ahora debemos renunciar para optar por soluciones más pragmáticas.
Sin embargo, un estudio en profundidad –como el publicado recientemente por Euro Observ-ER– de lo que sucede en la Unión Europea ofrece una imagen muy distinta: la UE es el principal motor del desarrollo de las EERR a nivel mundial, con casi el 10% de su energía primaria suministrada por fuentes renovables (y un crecimiento del 11.3% en el año 2010, a pesar de la crisis). El caso concreto de España es bastante significativo.
A pesar de partir de un sector de I+D y de un nivel de inversión pública modestos en comparación con las grandes economías (como Alemania, EEUU o Japón), en 2009 estaba consolidando su posición como país de referencia en el sector, que en ese año supuso casi un 1% del PIB y más de 92.000 puestos de trabajo. Además de ser estar sólo por detrás de Alemania en generación eólica y fotovoltaica, España es un país pionero a nivel mundial en energía solar de concentración (con la práctica totalidad de la potencia de este tipo instalada en la UE). Sin embargo, el cambio de políticas de inversión en 2010 comenzó a invertir esta tendencia.
Entre 2009 y 2010 el volumen económico del sector decreció más de un 20% y, aunque el número de empleos creció, lo hizo muy por debajo de la media europea (6.5% frente al 25%).
Por otra parte, la evolución hasta 2012 –no recogida en el informe y marcada por mayores recortes– ha profundizado esta paralización del sector. En general, el pequeño y mediano tejido industrial que se había creado comienza a verse seriamente amenazado, mientras que las grandes compañías del sector como Abengoa o Gamesa están comenzando a desplazar sus inversiones a mercados exteriores. Frente a esto, las principales economías de la eurozona están haciendo grandes esfuerzos en I+D para permanecer competitivas frente a la creciente presión de otras regiones del mundo, cuyo desarrollo tecnológico está acortando distancias rápidamente con la UE.
Alemania encabeza la generación en casi todas las formas de EERR y, por ejemplo, instaló en 2010 casi el triple de la potencia fotovoltaica instalada en España entre 2007 y 2008 (los años del boom fotovoltaico).
Otros países han establecido objetivos muy ambiciosos de autoabastecimiento energético, e incluso Francia –que tradicionalmente ha relegado el desarrollo de las energías renovables en favor de la nuclear– está empezando a replantear su estrategia energética.
El desarrollo de las EERR requiere de unas ciertas condiciones sociopolíticas sólo alcanzadas en las economías desarrolladas y emergentes. Las EERR no sólo son necesarias para enfrentar problemas ambientales y energéticos a medio o largo plazo, sino que tienen el potencial de transformar nuestra economía, creando un elevado número de puestos de trabajo y generando una actividad de alto valor añadido en la que actualmente la UE ocupa una posición aventajada. Sin embargo, esta transición a la economía verde –que ya está parcialmente en marcha en los países más avanzados de la región– sólo será posible en la medida en que se mantenga un apoyo público adecuado y estable que permita tanto el desarrollo de estas tecnologías, como la posterior consolidación de un tejido industrial asociado.
Permitir que este sector se hunda por culpa del dogmatismo neoliberal puede costarnos una de las mejores oportunidades estratégicas al alcance de Europa para mantener una economía competitiva a través del conocimiento.