Eficiencia energética, sector químico y desarrollo sostenible

Desde que el Premio Nóbel de la Paz, Henry Kissinger, enunció de manera descarnada uno de los principios básicos del imperialismo americano ("el petróleo es demasiado importante como para dejarlo en manos de los árabes") no han dejado de sucederse conflictos y guerras en el mundo (Kuwait, Irak, Irán, Afganistán, Ucrania, etc.) por el control de sus fuentes energéticas o de sus rutas de suministro.

En España, los debates sobre la necesidad de un pacto de Estado sobre la energía, el posible relanzamiento de la energía nuclear, la contratación de expresidentes de Gobierno bien remunerados por sus servicios de asesoría a las grandes compañías energéticas o las reiteradas demandas de energía más barata, por parte de unos y otros, no son sino expresión de la pluralidad de intereses en juego. Y, en cualquier caso, de la necesidad de alejar escenarios de incertidumbre sobre la actividad productiva e industrial. Hay, no obstante, un paso que, si no es previo, al menos debería de resultar imprescindible de recorrer: la eficiencia energética.

No basta con demandar energía más barata sino disminuir su consumo eliminando cuantas ineficiencias acompañen su uso. Están fuera de toda duda los beneficios que las prácticas de eficiencia energética reportan a la sociedad en general y a las empresas en particular: reducción del nivel de emisiones, redefinición e innovación en equipos industriales, disminución de la dependencia energética nacional, mejora de la competitividad, ahorros en la factura energética, rápido retorno de los capitales invertidos, etc.

Con dicha reflexión de fondo, FITEQA- CCOO ha impulsado -junto con FIA-UGT, en el marco del Observatorio Industrial del Sector Químico- la realización de un estudio, llevado a cabo por KPMG, sobre las posibilidades de mejorar la eficiencia energética sectorial. Dicho estudio se ha realizado en los subsectores más representativos de las tres áreas principales de la industria química (básica, de la salud y del consumo).

En dicho informe se constata lo siguiente: "El sector químico posibilita el desarrollo de nuevos materiales y tecnologías que contribuyen de forma significativa a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, resultando, a su vez, responsable de importantes emisiones, asociadas fundamentalmente al consumo energético, siendo la producción la fase del ciclo de vida de los productos químicos que presenta una mayor intensidad energética y, por tanto, de emisión de gases de efecto invernadero". Razón esta última que refuerza la necesidad de actuar con criterios de eficiencia energética, tanto en cada unidad de producción como globalmente en el sector. De hecho, según el citado estudio, "los seis procesos de la industria química básica que se han analizado en detalle presentan en promedio un potencial de reducción de la intensidad energética del 25% en Europa".

El aprovechamiento de las oportunidades de mejora de la eficiencia energética presenta retos diferentes, en función de los procesos característicos de cada subsector y del grado de avance de los mismos en la implantación general de las mejores técnicas disponibles. Estas medidas pueden estar relacionadas con modificaciones relevantes en los procesos que implican inversiones que deben ser adecuadamente evaluadas y consideradas por las administraciones en el diseño de instrumentos financieros o fiscales que ayuden a salvar las barreras a la inversión.

El viaje hacia la eficiencia energética ha de hacerse con un elenco amplio de medidas que han de ir desde el cambio cultural hasta la implicación y participación activa de los trabajadores y sus representantes, pasando por la necesaria inversión económica. Es en este último aspecto, y en un contexto de crisis económica como la actual, en el que la Administración debería diseñar políticas de acompañamiento y estímulo ya que "es necesario fomentar la implantación progresiva de medidas que permitan aumentar la eficiencia energética, especialmente en empresas químicas de tamaño medio y pequeño, que presentan un avance menor en la aplicación de las mejores técnicas disponibles y tienen, en general, menor acceso a las herramientas de evaluación energética de actividades".

Los cambios que los objetivos del desarrollo sostenible precisan no pueden llevarse a término sin contar con aquellos que han de protagonizarlos en la práctica. El centro de producción es el primer escenario para la actuación. Justamente allí donde se producen los residuos, emisiones y vertidos, o donde se utiliza y consume la energía. Por ello mismo los trabajadores deberán ser agentes activos de participación y cambio.

La participación de los trabajadores se convierte, por tanto, en un elemento clave en el camino hacia la mejora de la eficiencia energética. Su conocimiento y experiencia (a pie de máquina o reactor) en relación a los procesos e instalaciones, son fundamentales durante la identificación de las oportunidades de mejora. Y su formación, sensibilización y participación determinantes para garantizar la implantación efectiva de las medidas y el reforzamiento del ciclo de mejora continúa.

La ecoeficiencia (y dentro de ella la eficiencia energética) es una de las más eficaces herramientas para avanzar hacia el cumplimiento efectivo de los objetivos del desarrollo sostenible. Y este, la única opción posible para impedir que el actual modelo económico mundial termine, por sus efectos colaterales (cambio climático, agotamiento de materias primas básicas, crecimiento demográfico, demanda energética creciente, etc.) en un colapso global de la humanidad.

La sostenibilidad del planeta es el único futuro posible. No existe otro. Por ello el compromiso medioambiental es una opción estratégica para el movimiento sindical a corto y largo plazo.

Francisco Blanco
Secretario de Medio Ambiente de Fiteqa-CCOO

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