El debate sobre residuos es un análisis de los síntomas de una enfermedad, sobre cómo derrochamos los recursos naturales y la energía, sobre la ineficiencia, la obsolescencia premeditada (usar y tirar), las afecciones a la salud publica, los recursos públicos y su utilización.
La forma de vida y producción de los países industrializados, el consumismo, que se extiende con rapidez a las "clases medias" de todo el planeta, han generado una crisis ambiental y social a escala mundial.
Muchos productos de consumo contienen además sustancias tóxicas que plantean graves problemas de contaminación (y de riesgo químico): las pilas (que contienen metales pesados), las lámparas con vapor de mercurio, los productos de limpieza doméstica, los disolventes y pinturas, los tableros de aglomerado, los pesticidas... Gran parte de los estados industrializados, incluida la Unión Europea en su conjunto, tienen un enfoque oficial común con respecto a la basura: la jerarquía en el tratamiento de los desechos. Se trata de una lista de opciones de tratamiento por orden de prioridad: reducción en origen (evitar, en primer lugar, la generación de basuras), la reutilización directa de los productos, el reciclado y, como último recurso, el vertedero o la incineración con recuperación de energía. El mejor residuo es el que no se produce porque ahorra recursos materiales y energéticos y ni contamina ni hay que gestionarlo. La solución genérica es evitar su formación.
Actuar a favor de la prevención
La política de residuos, formada por leyes, planes, programas y estrategias, debe dar respuesta a dos preguntas: cómo producir sin generar residuos tóxicos y peligrosos y cómo evitar o prevenir la contaminación y la generación de residuos.
La política de residuos enmarcada en una estrategia más amplia de desarrollo sostenible debería establecer objetivos a medio-largo plazo y diseñar un escenario de transición que escalonadamente siente las bases de un uso sostenible de los materiales y los recursos. Debe adoptarse un enfoque de prevención activa, frente a la gestión pasiva.
Las prioridades presupuestarias deberían acompañar a las prioridades políticas en la dirección contraria de lo que sucede actualmente. Los distintos instrumentos fiscales y financieros deberían destinarse de forma mayoritaria a la prevención, la reutilización y el reciclado.
Las distintas administraciones pueden poner en marcha centros u oficinas para la producción limpia y programas para la reducción del uso de tóxicos como herramienta para desarrollar políticas activas de prevención de la contaminación con el objetivo de asesorar a las empresas sobre cómo evitar, reducir, reutilizar o reciclar sus residuos o emisiones.
A pesar de lo expuesto, por desgracia, en la práctica se ha ido exactamente en contra del principio. La mayoría de gobiernos siguen concentrándose en lo que denominan "eliminación" y no en la reducción de desechos. Las incineradoras ubicadas en toda Europa y Japón son el resultado de estas decisiones y reciben más ayudas públicas que las medidas preventivas y el reciclado.
La reducción de fuentes -reducir desechos utilizando menos materiales de entrada- es la opción favorita en prácticamente todas las listas de estrategias de tratamiento de desechos, y por razones obvias.
Muchos mantienen que la reducción de desechos es poco práctica en las sociedades industrializadas actuales, que la gente quiere y necesita las cosas que compra, utiliza y desecha. En una era en que los términos consumidor y persona son intercambiables, eliminar todos los días bolsas llenas de basura se ha convertido en una realidad rutinaria, aparentemente insoslayable, de la vida. Los jóvenes olvidan que la vida no siempre ha sido así. Hasta hace poco, la frugalidad representaba un modo de vida tanto para los ciudadanos de las naciones industrializadas como de los países en vías de desarrollo, y la gente escogía productos duraderos.
Existe la idea generalizada de que el bienestar de una sociedad está inexorablemente ligado a su nivel de uso de la energía. La energía es un medio, no un fin: la gente no quiere electricidad o petróleo... sino habitaciones confortables, luz, transporte en vehículos, comestibles, mesas y otras cosas reales.
Por la misma razón, la gente no necesita materiales sino los servicios que éstos les proporcionan.
Las economías industriales actuales fueron fundadas sobre el uso de enormes cantidades de materiales y energía y la salud económica de las naciones ha sido muchas veces equiparada con el volumen de materias primas consumidas.
Pero la prosperidad no tiene por qué estar tan estrechamente vinculada al consumo. Un kilogramo de acero puede utilizarse en un edificio que dure centenares de años o en varias latas que acaben en un vertedero después de haber sido utilizadas una sola vez.
El volumen de material que entra originariamente en una economía nada nos dice acerca del eventual destino material o de su contribución al bienestar humano. Sí nos dice mucho, en cambio, sobre los daños infligidos al medio ambiente en los dos extremos del ciclo de producción.
La extracción y el procesado de materias primas constituyen unas de las actividades humanas más destructivas.
Las economías industrializadas acaban excretando como desechos la mayor parte de las materias primas que devoran. Estos desechos plantean un problema masivo de "eliminación".
El uso del concepto "eliminación final" es un término inadecuado, carece de rigor científico, puesto que los residuos al igual que otras formas de contaminación no se eliminan, sino que se transforman o trasladan a otro medio.
La gestión de residuos, un yacimiento de empleo
En términos de creación de empleo las cifras no engañan, las medidas preventivas, la reutilización y el reciclado pueden proporcionar muchos mas empleos que la incineración y el vertedero.
Debemos anticiparnos a las posibles repercusiones que las transiciones bruscas y desordenadas puedan tener sobre la situación laboral, promoviendo y participando activamente en el debate de la transición de procesos de producción contaminantes para poder negociar o acordar con las administraciones y las empresas los derechos medioambientales de los trabajadores.
La producción limpia es una parte importante de la propuesta del cambio de modelo productivo para el Estado español, dado que incrementa la productividad del capital, fundamentalmente a través de la innovación de procesos y productos y de la mejora del capital humano, y reduce los costes no laborales principalmente con el ahorro de materias primas y con la eficiencia energética.
Luis Clarimón
Responsable de Medio Ambiente de CCOO-Aragón
Hacia la producción limpia