Ante el fracaso del enfoque del control de la contaminación en los años noventa ha resurgido con fuerza la idea de la prevención en origen. La solución, tal y como se desprende de la divisa del biólogo estadounidense Barry Commoner, «reconstruir la tecnosfera», consiste en rediseñar los procesos de producción y los mismos productos para evitar desde el origen la generación de residuo a lo largo de la cadena que incluye todo el ciclo de vida del producto. Esta transformacion exige combinar la producción limpia desde el mismo origen con el consumo responsable en la estación final. El cambio que esto supone es comparable al de la revolución industrial. De hecho, organizaciones como Greenpeace y organismos como el Worldwatch Institute, hablan de la producción limpia como de una nueva revolución industrial verde. Desde el punto de vista de la producción, ello implica pasar desde una producción sucia muy ahorradora de trabajo pero muy ineficiente en el uso de la energía y los materiales, a una producción limpia basada en la máxima productividad de los tres factores: recursos naturales, el capital y el trabajo humano.
La contaminación que genera el actual modelo industrial es una prueba de su ineficiencia en el uso de los recursos naturales y los servicios ambientales básicos. Un residuo es, de hecho, aquello que nadie quiere porque no sirve para nada. Una producción que junto a los bienes y servicios genera cada vez más residuos, y pone en circulación muchos productos que se convierten en residuos no aprovechables en cuanto se agota su corta vida es una producción muy ineficiente. La producción limpia y la generalización de las energías limpias requieren una auténtica revolución de la eficiencia: lograr la satisfacción equitativa y sustentable de las necesidades humanas, reduciendo el impacto sobre los ecosistemas naturales hasta que quede por debajo de los límites de su capacidad de carga. Sólo entonces será posible cerrar el círculo en un metabolismo circular con la biosfera gracias al reciclado.
En nuestro país, como en tantos otros lugares, la gestión de RSU, atraviesa un momento de cambio. Es un momento crítico, a medio camino entre los dos enfoques de la cuestión: por un lado las instalaciones de final de tubería, y por otro las soluciones preventivas basadas en las tres «erres»: reducir, reutilizar y reciclar. Durante muchos años prevaleció la política del avestruz: esconder la basura debajo de la alfombra. La alfombra, claro, eran vertederos donde iban a parar mezcladas casi todas las basuras urbanas lejos de la vista del ciudadano. Cuando se han ido agotando las capacidades de este tipo de vertederos, y el encarecimiento del suelo ha hecho difícil reproducir la misma operación, han llegado los negociantes de «soluciones» de final de tubería ofreciendo la incineración como forma de «comprimir» y «valorizar» los residuos. Pero la oposición ciudadana, y las advertencias de científicos independientes de los peligros de las cenizas y las emisiones de dioxinas, furanos, PCBs y metales pesados, no dejan de aumentar.
La emergencia de la crisis de los residuos como problema ambiental y social, y la necesidad de buscar fórmulas para legitimar unas incineradoras que la gente no quiere, están llevando a propuestas híbridas que pretenden apuntarse a todas las soluciones a la vez: reciclar, incinerar y verter. A menudo, en estas propuestas el reciclado se convierte en una separación parcial de algunas fracciones de los residuos -como, por ejemplo, vidrio, papel, plásticos y tetrabricks- pero dejando que la mayor parte del flujo de los residuos vaya a parar al contenedor tradicional donde se sigue mezclando la materia orgánica con toda clase de desechos. En estos casos se afirma que todo lo que no se puede reciclar hay que incinerarlo: pero de hecho el sistema de recogida se diseña de antemano de tal forma que la incineración sea el destino de buena parte de la basura.
La experiencia muestra que estas fórmulas a medio camino entre las visiones opuestas del problema son engañosas. Las inversiones más importantes van a parar a las incineradoras, que una vez construidas han de amortizarse quemando residuos - especialmente los de mayor poder caloríficopara vender electricidad. La incineradora se convierte en enemiga directa de los avances en minimización, reutilización y un reciclado integral que vaya más allá que algunos porcentajes simbólicos. Seattle, en el estado noroccidental de Washington, es una ciudad famosa en el mundo entero por haber logrado uno de los porcentajes más altos de recuperación de RSU. Pero estos programas sólo se pusieron en marcha después de que la oposición ciudadana detuviese el proyecto de construir una gran incineradora. No conozco ni una sola ciudad del mundo donde la «incineración con reciclado » haya conducido a resultados importantes de recuperación de RSU.
(Extractado del boletín de Acció Ecologista, Barcelona, Septiembre de 1996)
Enric Tello i Aragay
Profesor Titular de la Universidad de Barcelona
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