Ángel Gabilondo, nuevo ministro de Educación, llegó en abril con ideas frescas y una larga experiencia en la gestión educativa. Sus primeras declaraciones están lejos de la retórica habitual y orientadas a colocar la política educativa en el siglo XXI. Un salto arriesgado sobre los prejuicios decimonónicos de prestigio social, basados en el ciclo burgués bachillerato- universidad.
Debe romper con 25 años de baja financiación y demagogia: títulos para todos y en todas las ciudades, de bajo coste, poca exigencia y fáciles de alcanzar, y una formación profesional, hermana pobre de las titulaciones. Modelo oculto, en los últimos diez años, tras un subempleo bien pagado, generado por la burbuja inmobiliaria.
Ahora se propone un nuevo modelo. El ministro parece consciente de que la formación profesional, de calidad y prestigiada, es necesaria para afrontar ese nuevo modelo productivo. El problema es que una buena FP es bastante más cara de lo que la gente piensa: equipos con la tecnología al día, gasto en materiales prácticos, experiencias tuteladas en empresas, grupos reducidos y un largo etcétera. ¿Va a ser capaz Ángel Gabilondo de convencer al Consejo de Ministros para invertir en las reformas necesarias? Desgraciadamente, en este caso, no depende solo del Gobierno. Un cambio cultural de tal magnitud necesita un fuerte apoyo social. Las clases medias, a pesar de los mileuristas y el paro universitario, aún creen que una licenciatura es un pasaporte para el ascenso social.
Ya Richta y Bell planteaban, a mediados del siglo pasado, que la pauta social más típica de la sociedad del conocimiento es la ramificación en nuevas especialidades. Los factores tradicionales de producción pierden peso frente al capital humano y el problema de la nueva época es la productividad del tecnólogo. Un tipo de trabajador que, según Peter Drucker, se mueve entre varios contextos: la parte manual, que sigue procedimientos rigurosos, por ejemplo, un trabajador de una central nuclear, un técnico de mantenimiento; nuevos especialistas de la agroindustria o un anestesista. Y la parte cognitiva, que debe corregir desviaciones y tomar decisiones en el proceso de trabajo, estudiando los problemas y resolviendo, con o sin manual de normas.
Diseño, montaje y mantenimiento
El núcleo central emergente de empleo para las energías renovables se sitúa en las áreas de diseño, montaje y mantenimiento, para un sector donde los cambios se están acelerando: estudios de plataforma litoral para instalar campos de aerogeneradores; avances significativos en térmico-solar, para aprovechar los excesos calóricos del verano cediendo climatización; nuevas generaciones de centrales termo-eléctricas solares; estudios para ampliar la potencia de los actuales parques eólicos; cambios revolucionarios en el transporte y en el acondicionamiento de los inmuebles para aprovechar las oportunidades de las energías renovables... Todos estos cambios, para ser adecuadamente explotados, necesitan tecnólogos, algo muy diferente del técnico universitario al uso.
Los profesores de FP son plenamente conscientes del problema. Ellos nos han indicado la perplejidad que se crea entre los cambios y demandas de las empresas y la lentitud en la adaptación de la enseñanza profesional.
El objetivo del ciclo superior de formación pofesional es obtener tecnólogos. Es la cúspide de un sistema de enseñanza (FP) para un mundo donde la tecnología tiene un valor muy superior al de los bienes físicos en que se materializa. En la primavera y el verano de 2008, han aparecido en el BOE tres ciclos de FP superior, dirigidos a las energías renovables. Sólo tres normas específicas de ciclos formativos para títulos a incluir en la familia genérica energía y agua, cuando las empresas del sector han definido ya diez perfiles, sin incluir los correspondientes a biocarburantes. Además, esos ciclos no están disponibles en la mayoría de los centros.
Los ciclos deben ser desarrollados con guías y materiales docentes, y definidos los currículos desde los niveles inferiores de la FP, para que los jóvenes puedan optar conforme la educación clarifica sus expectativas. Sus programas deben ser actualizados con frecuencia, dado que nos encontramos ante un sector muy dinámico.
Es necesario impartir formación al profesorado, los másteres universitarios no cubren las necesidades y son demasiado amplios, y los equipos y el software, para estas especialidades son caros, muy específicos y requieren de monitores prácticos.
La continuidad de la especialización clásica (mecánica, electricidad y electrónica) ha de ser perfeccionada con cursos y adaptaciones específicas, bien como formación de opción voluntaria, bien como formación de especialización. Los perfiles profesionales de los puestos de trabajo que se están creando exigen polivalencia entre las tres especialidades. Principalmente los que más futuro tienen: montaje y mantenimiento.
Se echa de menos una consideración adecuada del ciclo superior, con el desarrollo de formación post-ciclo especializada y de calidad, donde encontraría encaje una preparación para la polivalencia, que fuera trasversal. Aún se considera la FP como una puerta de segundo orden para la universidad. Esta última parece preferir los másteres que, dada la dinámica del sector, quedan obsoletos antes de ponerse en marcha.
Ángel Gabilondo, que ha demostrado su sensibilidad hacia la enseñanza universitaria, viene precedido de una imagen dialogante y abierta. En este caso, el diálogo es un prerrequisito para vencer las resistencias. En pocos temas se puede acudir con más razón a los agentes sociales. Para afrontar el diseño de la formación del futuro, las resistencias están en una cultura del corto plazo y en prejuicios muy arraigados.
José Candela Ochotorena
Economista y colaborador de ISTAS