En 1930, el premio Nobel de Física Robert Milikan aseguró que la humanidad no podía construir nada que causara verdadero daño a algo tan grande como la Tierra. Pero ene se mismo año el ingeniero químico Thomas Midgley inventó los clorofluorcarbonados (CFC), que en los decenios siguientes fueron liberados a la atmósfera hasta adelgazar peligrosamente la protectora capa de ozono estratosférico: esto es, dañando gravemente esa Tierra tan grande y en apariencia invulnerable.
En el nivel de riesgo en que se mueven nuestras "sociedades del riesgo", la reparación de los daños es imposible: el planteamiento ha de ser más bien la prevención de riesgos.
El enorme poder de la "tecnociencia" convierte todo-incluidos nosotros mismos- en posibles objetos de su capacidad manipuladora y transformadora. Ahora bien: a mayor poder, mayor responsabilidad. Éste atañe en primer lugar a científicos y tecnólogos, pero también a todos los ciudadanos y ciudadanas de una sociedad penetrada de "tecnociencia" que aspira a ser democrática. La enorme capacidad del ser humano para generar peligro y daño no guarda ninguna proporción con su limitado poder de gestionar ese peligro y daño: ésta es la justificación última del principio de precaución1 . Qué está en la base del cambio radical de rumbo que hoy necesitamos.
Más vale prevenir que curar: el principio de precaución
El principio de precaución viene a decir que "es mejor prevenir que curar": los problemas ecológicos y sanitarios- sobre todo los problemas graves_ hay que preverlos de antemano e impedir que lleguen a producirse, ya que muchos de ellos pueden ser irreparables a posteriori. Tal y como aseveraban los expertos firmantes en la Declaración de Wingspread:
"es necesario aplicar el principio de precaución: cuando una actividad amenace con daños para la salud humana o el medio ambiente, deben tomarse medidas precautorias aún cuando no haya sido científicamente determinada en su totalidad la posible relación de causa y efecto. En este contexto, a quien propone una actividad le corresponde la carga de la prueba, y no a la gente. El proceso de aplicación del principio de precaución debe ser transparente, democrático y con obligación de informar, y debe incluir a todas las partes potencialmente afectadas. También debe involucrar un examen de la gama completa de alternativas, incluyendo la no acción"2
El principio de precaución se formuló por vez primera en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano celebrada en Estocolmo en 1972, se incorporó en los setenta a la legislación ambiental germano- occidental (Vorsorgeprinzip), fue aplicado internacionalmente por vez primera en la Conferencia Internacional sobre la Protección del Mar del Norte en 1984 y en la Convención de Viena sobre la Protección de la Capa de Ozono en 1985; y ha sido recogido como uno de los principios rectores claves de la política ambiental de la Unión Europea y de sus Estados Miembros en numerosos textos legales del máximo rango. Uno de ellos en esa especie de "Constitución europea" que es el Tratado de Maastricht (el cual, modificado por el Tratado de Niza de 2001, sigue siendo el Tratado constitutivo de la UE):
"La política de la Comunidad en el ámbito del medio ambiente tendrá como objetivo alcanzar un nivel de protección elevado, teniendo presente la diversidad de situaciones existentes en las diferentes regiones de la Comunidad. Se basará en los principios de precaución y de acción preventiva, en el principio de corrección de los atentados al medio ambiente, preferentemente en la fuente misma, y en el principio de que quien contamina paga. Las exigencias de la protección del medio ambiente deberán integrarse en la definición y en la realización de las demás políticas de la Comunidad" (artículo 130.2 del Tratado de Maastricht, y luego artículo 174.2 del tratado constitutivo de la UE; además, cabe recordar que en el proyecto de tratado constitucional para Europa actualmente estancado se mantiene la misma formulación).
Allí donde existan amenazas de daños graves e irreversibles, la falta de certeza científica completa no debe usarse como razón para atenuar los controles o postergar las medidas que impidan la degradación de la salud y el medio ambiente, sino que por el contrario se impone una actitud de vigilante y prudente anticipación que identifique y descarte de entrada las vías que podrían llevar a desenlaces catastróficos. Es cierto que los riesgos forman parte de la vida y que no puede pensarse en su eliminación completa: pero no todos los riesgos son aceptables, y en cualquier caso deberían ser los expuestos a posibles daños quienes decidieran si aceptan o no tal exposición.
Se ha señalado que el principio de precaución presupone y fomenta cinco "virtudes" específicas:
Primum non nocere
La cultura clásica del riesgo defiende la libre empresa y la comercialización de productos sin trabas en tanto que la peligrosidad no haya sido probada. La nueva cultura del riesgo, fundada en el principio de precaución, invierte la proposición considerando que la prudencia se impone en tanto no se haya probado la inocuidad. 4 Primum non nocere (lo primero, no hacer daño) es un principio recogido desde hace siglos en el juramento hipocrático que tienen que pronunciar los profesionales de la medicina; y el moderno principio de precaución vendría a ser una actualización de aquel criterio antiquísimo a un mundo que ha cambiado profundamente. Por lo demás, los tradicionales objetivos de la medicina preventiva coinciden en alto grado con los más recientes y generales del principio de precaución5.
Ante actividades que pueden plantear riesgos graves, la primera pregunta tendría que ser: pero ¿verdaderamente necesitamos esta actividad, proceso, producto? 6 La prohibición de los ftalatos -potencialmente cancerígenos y dañinos para el aparato reproductor masculino en desarrollo- en la UE es un ejemplo de aplicación del principio de precaución específicamente relacionado con la protección de la salud infantil.
Jorge Riechmann
Profesor de Filosofía Moral y Política de la UAB y colaborador de ISTAS