Estamos ante una crisis global. Global en cinco sentidos: porque los sistemas financiero y bursátil están a un palmo del precipicio; porque hay un retroceso de la producción en términos de producto interior bruto (PIB); pero, sobre todo, porque su ámbito es mundial; porque tiene relación con el uso, deterioro de la calidad y agotamiento de los elementos materiales básicos de la producción, los recursos naturales; y porque ha puesto en evidencia la obsolescencia, injusticia y perversión del orden económico mundial, de sus reglas de juego basadas en un intercambio desigual entre los pueblos y de unas instituciones económicas internacionales cuyas recetas han conducido a duros retrocesos sociales para buena parte de las clases trabajadoras y pueblos del planeta, siendo causa de hambrunas, migraciones y éxodos masivos.
Nueva economía, nuevos conceptos
Vivimos un mundo totalmente diferente al de hace un año. Contrasta el fracaso del Foro de Davos –donde se reunieron los poderosos de la economía y de la política, responsables de la crisis pero incapaces de ofrecer explicaciones ni soluciones– con la vitalidad y creatividad del Foro Social Mundial celebrado en la ciudad amazónica de Belem, donde decenas de miles de representantes de las organizaciones sociales y sindicales se dieron cita y aportaron muchas y buenas ideas frente a la crisis, pero que, desprovistos de poder y medios, todavía no pueden aplicarlas. Conviene destacar algunos de los conceptos que en caótico e imaginativo totum revolutum allí se barajaron por parte de campesinos, mujeres, sindicalistas, jóvenes y pueblos indígenas.
Durante los años de la locura neoliberal, el sistema financiero basó su ganancia actual prestando al sector privado y al público más de lo que recibía en depósitos, confiando en que el crecimiento económico ininterrumpido pagaría la deuda en el futuro. Tomó dinero de mañana para lucrarse hoy. El asunto se torció cuando el consumo e inversión pública y privada que conforman lo que convencionalmente denominamos economía real se ralentizó, lo que supuso que la evolución del PIB no fuera capaz de soportar la deuda financiera. El “parón” en sectores productivos clave ha puesto de manifiesto no solo la falta de liquidez, sino de solvencia de una parte importante de las entidades financieras señeras, pero también de multinacionales capaces de generar grandes dividendos pero sin la previsión de provisionar sus cuentas para sortear un mal trimestre.
A su vez la economía productiva convencional no tuvo en cuenta la base física de la actividad económica: los flujos de materiales y energía que están determinados por los mercados; el sistema desigual de intercambio y por un aspecto jamás considerado por los responsables económicos gubernamentales, empresariales y académicos, los límites físicos de la biosfera. Límites de cantidad, ubicación geográfica y accesibilidad de los recursos, pero también del planeta como sumidero de residuos, emisiones y vertidos.
El agotamiento del petróleo anuncia el fin del crudo barato, que seguirá su carrera de precios a medio plazo, pese a las actuales variaciones en sierra del precio del barril brent. Esto plantea un reto de primer orden para el sistema energético, eléctrico y de transporte y, por tanto, para la viabilidad productiva. Se han tomado recursos fósiles del pasado para hacer rápidas ganancias en el presente. La deforestación y la pérdida de biodiversidad son la manera no sólo de desheredar a las futuras generaciones sino de desahuciar el inmediato presente de las actuales. Y el asunto no para ahí. Según diversos analistas, si no detenemos el calentamiento global puede producirse una gran crisis económica de envergadura mucho mayor que las hasta ahora ocurridas, con pérdidas de hasta el 25% del PIB mundial. Este sencillo razonamiento es el que permite poner en relación las diversas esferas de la economía (la financiera, productiva y biofísica), y por tanto presentar soluciones efectivas.
Medidas de choque de la nueva economía
Desde el punto de vista sindical, los ingentes recursos que están siendo utilizados en “tapar” agujeros y vergüenzas, deberían de inyectarse de forma concentrada en aquellas medidas que permitan crear más empleo y anticipar un nuevo tejido productivos sostenible que, sin que nadie las considere pócimas mágicas, actúen de forma más rápida y positiva sobre el tejido social. Necesitamos un plan de choque industrial para cambiar el modelo productivo, energético y de transporte. Necesitamos un plan de choque para fomentar el ahorro y la eficiencia de los procesos productivos en todos los sectores: industria, energía, construcción, agricultura y servicios. Necesitamos la adopción de medidas urgentes para salir de la crisis, que conjuguen la eficiencia económica, la justicia social y la sostenibilidad ambiental.
El secretario general de la Confederación Sindical Internacional (CSI), Guy Ryder, afirmó tras la cumbre mundial sobre cambio climático (COP 14) celebrada en Poznan y ante la celebración próxima de Copenhague (COP 15) que debe abordar el acuerdo que suceda al Protocolo de Kioto: “disponemos de una oportunidad única e histórica para transformar nuestras sociedades a mejor. Con más razón en estos momentos de crisis económica, cuando un “nuevo acuerdo verde” (global green new deal) puede ser la base para una recuperación que proporcione trabajo decente y contribuya a luchar contra el cambio climático”. Esta declaración debe de llenarse de ideas, propuestas, contenidos y soluciones para satisfacer mejor las necesidades humanas y realizar una transición justa entre los modelos productivos actual y futuro. El plan de trabajo socio-sindical debe plantearse de forma autónoma, al margen de considerandos que pongan en el centro de gravedad la tasa de beneficio privado del capital invertido o la salvación de un modelo periclitado. Nos interesa incrementar exponencialmente la tasa de beneficio del conjunto de la sociedad y para ello no renunciamos a defender los modelos económicos que mejor sirvan a tal fin.
En los artículos precedentes se han planteado algunos ejes que forman parte de las propuestas de hoy y de la agenda de los debates fundamentales que deberemos desarrollar en el futuro inmediato. La apuesta por las energías renovables, el equilibrio territorial, la suficiencia alimentaria, la gestión racional de los recursos naturales, el turismo sostenible, la eficiencia energética, la nueva cultura de la movilidad y el transporte público son apuestas socialmente justas y ambientalmente sostenibles, pero además tienen dos importantes ventajas: requieren un importante esfuerzo de I+D+i y son intensivas en mano de obra. Crean empleo con valor añadido. Al sindicalismo, a quienes lo configuramos, corresponde luchar para que sea empleo digno, empleo de calidad, empleo con derechos.
Manuel Garí
Economista y director de Medio Ambiente de ISTAS