Una etapa de crecimiento económico espectacular ha beneficiado a una minoría del planeta y ha incrementado las desigualdades sociales y territoriales como nunca en la historia de la humanidad
Hasta los años 60 las grandes petroleras anglosajonas dominaban el mercado del crudo, controlaban el 60% de las reservas y establecían el precio mundial del petróleo. En 1960 este panorama se vio nublado por la creación de la OPEP, que nace con el objetivo de controlar los precios del crudo y, aunque no lo logra durante sus primeros años, en 1970 llega a ser un actor político principal. Ante esta situación, los países occidentales deciden contraatacar intensificando las operaciones de prospección y extracción de nuevos yacimientos de petróleo (mar del Norte, Alaska, golfo de México, etc), lo que genera durante veinte años una sobre-oferta mundial de crudo –acentuada por la desintegración de la Unión Soviética– que provoca una caída del precio del barril de brent a 8 dólares americanos.
Estas dos décadas de energía barata, como recoge Ramón Fernández Durán en su libro El crepúsculo de la Era Trágica del Petróleo, han posibilitado unas desmesuradas tasas de expansión de la urbanización, de motorización y movilidad, de crecimiento de los procesos de mundialización productiva, la propagación de la agricultura industrializada en muchos países del mundo o la explosión del consumo y el desarrollo del turismo de masas continental e intercontinental procedente de espacios centrales.
Una etapa de crecimiento económico espectacular que ha beneficiado a una minoría del planeta y que ha incrementado las desigualdades sociales y territoriales como nunca en la historia de la humanidad. El aumento general de la brecha entre pobres y ricos que hemos vivido este último siglo contradice la dudosa teoría según la cual el crecimiento económico es capaz de reducir las desigualdades y de reforzar la cohesión social. Por eso es preciso desvincular la economía del crecimiento, tal y como en otras épocas se separó la ciencia de la religión, y revisar la economía clásica que se comporta como si la Tierra fuese un lugar sin límites, una especie de Tierra plana en la que los recursos y sus tasas y flujos de extracción jamás pudiesen disminuir.
Debemos acelerar el cambio en los modos de producción y consumo con urgencia, o la naturaleza nos lo impondrá en peores condiciones. Ya hay más de 60 países productores de petróleo que han alcanzado su cénit de producción, entre ellos algunos tan importantes como EEUU, Reino Unido, Rusia, China o México, tal y como confirmó la Asociación para el Estudio del Pico del Petróleo y el Gas (ASPO, en sus siglas inglés) en su VII Conferencia Internacional en Barcelona. Y al del petróleo le seguirán el pico del gas, del carbón, del uranio...
Las mejoras tecnológicas y mayores inversiones financieras en exploración pueden contribuir a retrasar el cénit o la meseta de la curva en forma de campana, o a deformarla (véase gráfico adjunto), pero no es más que una huida hacia delante para eludir la realidad geofísica de un agotamiento gradual de los combustibles fósiles.
Como expresa la Agencia Internacional de la Energía, abandonemos el petróleo antes de que nos deje a nosotros. Estamos en las mejores condiciones para conseguirlo.
Begoña María-Tomé
bmtome@istas.ccoo.es