Las tecnologías modernas o “emergentes” constituyen fuerzas poderosísimas de transformación económica, social y ambiental en nuestras sociedades.
Más que innovaciones puntuales, son auténticas “plataformas”, poseen la capacidad de generar desarrollo en la práctica totalidad de los sectores de actividad productiva. Ello trae consigo todo tipo de consecuencias, no sólo para la economía, también para la vida laboral y cotidiana de los ciudadanos.
Muchas de esas consecuencias son de carácter global, afectando a la distribución de la riqueza y del poder a escala planetaria. Las razones para ejercer un control democrático de cualquier tecnología puntera son fundamentalmente tres.
Razones
En primer lugar, la instrumental. Los Estados y las empresas que las desarrollan temen reacciones hostiles por parte de la opinión pública, como ha ocurrido –aunque no en todos los países– con la energía nuclear y más recientemente, con los organismos modificados genéticamente. Los promotores de la nanotecnología desean arbitrar mecanismos de participación ciudadana y de difusión de las innovaciones que bloqueen ese posible escenario de rechazo generalizado.
La segunda razón es de carácter sustantivo: en una situación de riesgo e incertidumbre generalizados, los ciudadanos pueden colaborar activamente, junto a los expertos, en la generación de conocimientos útiles para que los proyectos tengan éxito. Por ejemplo, a la hora de extender una tecnología de diagnóstico médico, los pacientes, asociaciones de enfermos y usuarios en general del sistema sanitario tienen mucho que aportar a fin de que esa tecnología resulte viable en el complejísimo mundo de la sanidad.
En tercer lugar, hay un argumento normativo insoslayable: la tecnocracia es antidemocrática. A menos que haya razones muy poderosas y justificadas, todos los ciudadanos tienen derecho a participar en decisiones que les incumben directa o indirectamente. Así pues, la democratización de la nanotecnología –o para ser más exactos, de los variadísimos programas y trajectorias nanotecnológicas actualmente en marcha en la producción de materiales, transporte, energía, salud, medio ambiente, etc.– forma parte de una aspiración más amplia, a saber, la de situar las fuerzas tecnológicas bajo el control de los ciudadanos. Es ésta una aspiración no solo legítima sino absolutamente necesaria. Lo es si es que queremos enfrentarnos con alguna posibilidad de éxito a las distintas crisis que se están produciendo y que, según todos los indicios, se irán agravando con el paso del tiempo.
Por fortuna, desde hace unos pocos años se vienen ensayando diversas experiencias en muchos países para que el rápido desarrollo de las nanotecnologías pueda ser situado en el terreno apropiado de la gobernanza. Además de promover la excelencia en investigación y desarrollo y la competitividad industrial, que es el objetivo prioritario de los gobiernos que impulsan la nanotecnología, se ha detectado, por fin, la necesidad de organizar debates públicos sobre los riesgos e incertidumbres que las nanoinnovaciones llevan asociadas, así como los dilemas éticos que suscitan. El proceso de debate y evaluación constructiva o participativa de las nanotecnologías debe ir en los dos sentidos: venir, naturalmente, auspiciado “desde arriba” por los poderes públicos; pero asimismo, y esto es crucial, la sociedad civil debe organizarse “desde abajo” a fin de ejercer mecanismos efectivos de control y de presión sobre empresas y gobiernos en éste, como en otros campos, de la realidad social. El debate no es, por tanto, nanotecnología sí o no. La cuestión decisiva es la de iniciar –también en nuestro país– una difícil lucha que consiga finalmente poner las nanotecnologías al servicio de una sociedad mejor.
Imágenes:
Gotas de agua sobre un tejido de poliéster con un revestimiento de nanopartículas. Foto: BASF.
Simulación de un nanorobot para reparación de células enfermas, actuando dentro del torrente sanguíneo. Imagen: Yuriy Svidinenko, Nanotechnology News Network.
José Manuel de Cózar Escalante
Departamento de Historia y Filosofía de la Universidad de La Laguna.
jcozar@ull.es