Acertaba Felipe González en un reciente artículo periodístico con la definición de la situación de encrucijada en la que se encuentra actualmente el mundo: lo más preocupante, por urgente, es la consideración de la escasez de la energía como uno de los factores más importantes para la paz o la guerra. Que ello será así en un escenario de crisis energética mundial (como consecuencia del aumento demográfico, el crecimiento económico de los países en desarrollo y el agotamiento de las materias primas) no cabe duda alguna
La superposición del mapa geográfico mundial de las principales fuentes de suministro energético coincide milimétricamente con el de los conflictos bélicos del pasado más reciente y de la actualidad: Irak, Irán, Kuwait, Afganistán, ex repúblicas soviéticas, etc. Y si ha sido así en un contexto de energía barata y abundante, ¿cómo lo será en otro de escasez y encarecimiento?
Que el petróleo se acaba es algo sobre lo que a estas alturas no cuestiona ni el primo de Rajoy, menos aún las grandes compañías energéticas, inmersas ya en un acelerado proceso de adaptación a una situación de escasez de los recursos energéticos no renovables. Algunas de ellas no sólo han cambiado la orientación de sus actividades sino que han dejado impronta de ello en sus logros corporativos, con girasoles y florecillas. En cualquier caso, hay algunos datos incontrovertibles. Las previsiones de organismos dependientes de la ONU estiman que hasta el 2030 la demanda mundial de energía se incrementará en un 60%. Y ello pese a que actualmente 2.400 millones de personas continúan usando paja y estiércol para calentarse. Por tanto, o esa demanda se cubre, y con ello las expectativas de millones de personas de mejorar su nivel de vida, o asistiremos a enfrentamientos violentos por la energía sostenible. Esta situación es la que ha contribuido a que el debate sobre la energía esté abierto en canal y con todas las opciones encima de la mesa, desde la nuclear hasta los biocombustibles.
Abordar en detalle el debate que los biocombustibles están generando resultaría sumamente prolífico. Tanto por sus ventajas (no contaminantes, biodegradables, disminución de la dependencia energética, desarrollo de zonas marginales, etc) como por sus inconvenientes (aumento de la deforestación, agricultura intensiva, monocultivos, uso de transgénicos, desequilibrio alimentario mundial, etc). Pero más allá de unas y otras razones parece obvio que si tenemos un problema energético grave, su solución debe abordarse con responsabilidad y equilibrio. En definitiva, se trataría de aplicar a los biocombustibles un principio tan sencillo como el que enunció hace ya más de veinte años la Comisión Brundtland: la explotación de los recursos renovables debe hacerse en proporciones que no sobrepasen la capacidad del ecosistema de regenerar tales recursos. Ni más ni menos.
Paco Blanco
Secretario de Medio Ambiente y Salud Laboral de Fiteqa-CCOO