Una reforma fiscal con criterios ambientales es necesaria y posible, incluso diría que imprescindibles aunque por sí sola no baste para solucionar la crisis ecológica. Cualquier medida en el terreno de los tributos ambientales deberá acompañarse de un conjunto de medidas administrativas y legislativas que combinen subvenciones, prohibiciones, limitaciones y penalizaciones y una política de compras sostenibles, que modifiquen el marco institucional en la senda de una reforma ecológica de la economía
Para ello, hay que realizar un esfuerzo en la investigación y la puesta en marcha de tecnologías limpias, así como el impulso de un sistema productivo más eficiente y de un consumo responsable.
La tributación ambiental no tiene como finalidad fundamental incrementar los ingresos fiscales. Su objetivo es modificar el comportamiento de los agentes económicos encareciendo los bienes y servicios contaminantes y el uso de recursos naturales escasos. Ello comportaría la disminución de su utilización, y el estímulo de la demanda de bienes y servicios con mayor calidad ambiental y que sean menos intensivos en el uso de recursos energéticos y naturales. Lo que conllevaría, a su vez, el incremento de producción y oferta de alternativas limpias.
Aún no existen ejemplos consolidados de una fiscalidad ecológica en ningún país, pese a que se reconoce su necesidad en muy diversos foros. Lo que hay son medidas parciales e incompletas de impuestos y tasas que gravan bienes y servicios que tienen relación con la calidad ambiental, pero que en su mayoría, cuando se implantaron, no tenían propósito ecológico alguno más que el estrictamente recaudatorio y los que se han venido implantando más recientemente por razones ambientales son escasos.
Criterios
La fiscalidad debe atender simultáneamente a los criterios de equidad, justicia social distributiva y sostenibilidad ambiental, por ello una reforma en clave ecológica debe combinar y hacer compatibles ese conjunto de objetivos. Los cialmente pueda comportar cualquier impuesto indirecto deberán contrarrestarse con el resto de medidas que se deberían configurar en una reforma fiscal socialmente equitativa y que persiga la sostenibilidad. Ello hace que el debate sea complejo y que sea imprescindible poner en marcha experiencias en diversas escalas geográfico-políticas antes de poder concluir la bondad de las fórmulas concretas.
Teniendo en cuenta los posibles efectos regresivos –todavía no cuantificados– de los impuestos indirectos deberemos observar los siguientes criterios:
Por último, hay que señalar una dificultad que tiene la propuesta de gravar más intensamente los recursos reduciendo paralelamente los llamados costes sociales asociados al trabajo. La propuesta es inteligente, pues se trata de reducir el uso de recursos y de favorecer el empleo. La dificultad viene de que en nuestro sistema de protección social, la recaudación llega a través de las contribuciones asociadas al trabajo, incluso con criterios de contributividad para asignar una parte del reparto –como es el caso de las pensiones o el desempleo– y no se financian con los impuestos como el resto de políticas públicas. En los países donde la financiación a la protección social se hace como el resto de políticas públicas no existen tales dificultades, pero en el nuestro cualquier cambio sería muy delicado y, en cualquier caso, nunca debería concluir en un debilitamiento de la protección social que garantiza el Estado de Bienestar, sino su reforzamiento.
La reforma fiscal para el cambio de la economía hacia la sostenibilidad es, en definitiva, uno de los desafíos más interesantes para un presente y un futuro socialmente justo y ambientalmente sostenible.
Joaquín Nieto.
Secretario confederal de Medio Ambiente y Salud Laboral de CCOO