Biocarburantes sí, pero…

Como alternativa a los combustibles fósiles, causantes del calentamiento del plantea, la Unión Europea ha fijado el objetivo de que en 2020 el 10% de los combustibles que se utilicen en la Unión para el transporte sean biocarburantes. De hecho, la producción de biocombustibles, tanto biodiésel como bioetanol, no ha dejado de crecer en los últimos años. En España, en 2006 había ya dieciséis plantas que producían 321.000 toneladas de bioetanol y 124.000 toneladas de biodiésel.

Pero la irrupción de este combustible de origen orgánico está provocando un intenso debate social y político. Frente a las ventajas, han surgido también inconvenientes que nos alertan sobre el desarrollo que debe tener esta fuente de energía.

El biodiésel se obtiene a partir de semillas oleaginosas de colza, girasol o soja. El bioteanol procede de la fermentación de mostos azucarados extraídos de vegetales ricos en azúcar, como la remolacha, el trigo, la cebada o la caña de azúcar. Los principales productores y consumidores de bioetanol son Estados Unidos y Brasil y, de biodiésel, la Unión Europea.

Los biocarburantes se producen a partir de la biomasa -la única fuente energética renovable que puede almacenarse, al menos hasta el momento– y pueden procesarse para obtener otros productos sólidos, líquidos o gaseosos. Sustituyen a los combustibles fósiles y tienen un balance neutro o ligeramente positivo de gases de efecto invernadero. Además, contribuyen a la eliminación de determinados residuos, como los aceites de cocina usados, que se utilizan como fuente de materia prima. El uso de biocarburantes, cuando la materia prima se produce regionalmente, disminuye la dependencia energética –que en España supera el 85%– y sirve para asentar y revitalizar  la población rural. En este sentido, pueden ser una fuente importante de generación de empleo, con lo que en España podrían resolver algunos de los problemas que acechan a la agricultura. Hasta aquí las ventajas.

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Las desventajas, sin embargo, no son pequeñas. La experiencia demuestra que el cultivo de materias primas se está realizando sin ningún tipo de control de las implicaciones medioambientales, sociales y económicas en las zonas de producción, que en la mayor parte de los casos se hallan muy lejos del lugar final de consumo.

Esta situación está provocando un cambio en el uso del suelo, la producción de cultivos no adaptados a las condiciones y necesidades locales, una subida exponencial en el precio de determinados alimentos básicos (como el maíz), la desaparición de una agricultura y ganadería extensiva ajustada a las realidades sociales de los países productores hacia otra intensiva, más depredadora de mano de obra y de recursos naturales, y la deforestación de amplias zonas de bosque tropical.

Si sopesamos las ventajas y los inconvenientes, observamos que el problema de fondo de los biocarburantes es de escala: el inmenso consumo energético de los países industrializados no puede satisfacerse sosteniblemente con las actuales tecnologías.

Los biocarburantes no representan una solución global a la crisis energética. La producción de estos combustibles de origen orgánico debe hacerse sin vulnerar los usos alimentarios de la tierra. Entre otras cuestiones, CCOO defiende que los biocombustibles deben ser esencialmente autóctonos y exige que se establezca un sistema internacional de certificación de las materias primas importadas que incluya la comprobación de emisiones de gases de efecto invernadero y otros impactos socioambientales.

En la crisis energética que afrontamos, los biocarburantes no son la panacea ni la solución global a la sustitución de los combustibles fósiles en el transporte, pero sí son parte de la solución, aunque sea modesta, en la transición hacia otros combustibles más sostenibles.

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