Tribuna

De todos es conocido que la industria genera miles de sustancias que no sólo contaminan el aire, el agua y el suelo, sino que afectan negativamente a la salud de los trabajadores y trabajadoras que las producen o usan en los procesos productivos; en una palabra, los procesos y sustancias tóxicas que envenenan en el trabajo, contaminan también el entorno.

Por lo tanto los sindicalistas debemos de entender que la defensa de la salud en los lugares de trabajo no puede ser totalmente eficaz si al mismo tiempo no abarca la defensa del medio ambiente; de ahí la necesidad de INTEGRAR LA SALUD LABORAL Y LA PROTECCIÓN DEL MEDIO AMBIENTE EXTERNO, pues en muchos casos el problema a resolver afecta a ambos, trabajador y medio, y la solución también para ambos suele ser común y radica en la PREVENCIÓN DEL RIESGO EN ORIGEN, es decir, en el centro productivo.

Y contrariamente a lo que a primera vista pudiera parecer, el respeto al medio ambiente es una garantía -y no un problema- para la viabilidad de las empresas y para el mantenimiento a largo plazo del empleo. Por consiguiente la presión para que las empresas y especialmente la industria, eviten la degradación medio ambiental, no sólo debe de estar presente en la práctica sindical, sino también, específicamente en la NEGOCIACIÓN COLECTIVA.

Así se trataría de ir introduciendo en los convenios cláusulas que comprometan a las empresas a emprender actuaciones positivas favorables al medio ambiente según los riesgos de cada sector y empresa, y las características de su actividad económica como, por ejemplo, la adaptación de la empresa de forma paulatina a la nueva legislación comunitaria, nacional o autonómica; puesta en marcha de un plan para controlar residuos, vertidos tóxicos y emisiones, o, planes de reciclaje, ahorro energético o de agua y su depuración y reutilización en procesos productivos; junto con compromisos más a largo plazo de sustitución de tecnologías y sistemas de producción contaminante por otros de producción limpia.

Todo ello unido a una información adecuada y la formación y participación de los representantes de los trabajadores y trabajadoras y de todos los implicados en los procesos de producción; sin olvidar la necesidad de ampliación de las competencias de los DELEGADOS Y DELEGADAS DE PREVENCIÓN a los aspectos medioambientales y el tratamiento de tales temas en los órganos paritarios o comisiones de seguimiento específicas.

Y para corroborar todo lo planteado anteriormente, un ejemplo: existen multitud de empresas, grandes o pequeñas, y sectores de la producción que utilizan una gran cantidad de productos químicos, muchos de ellos tóxicos o muy tóxicos, algunos cancerígenos, otros corrosivos y todos malos en mayor o menor medida para la salud y para el medio ambiente.

¿Cómo se controlan? ¿Dónde se vierten? ¿Dónde van a parar los residuos almacenados? ¿Pasan por filtros adecuados las emanaciones al exterior? ¿Hay posibilidad de no utilizarlos o sustituirlos? ¿Se cumple la normativa existente sobre etiquetaje, almacenaje, etc.?.

Vasto campo para trabajar, difícil para actuar y negociar, pero en el que hay que empezar a intervenir de forma decidida.

Gregorio Huertas Preciado
Secretario de Salud Laboral y Medio Ambiente de la  Federación Minerometalúrgica de CC.OO.

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