Este verano nos ha dejado dos lecciones para quien quiera aprender: que los incendios se “apagan” en invierno, y que la sequía, o mejor dicho, sus efectos, se gestionan en años lluviosos, cuando las reservas están al máximo. Y es que, al igual que en los incendios hay una parte de dejación y/o provocación humana que debería perseguirse con toda la dureza que el Estado de Derecho sea capaz, también en la sequía hay que distinguir entre la parte natural del fenómeno y la construcción social del problema.
La ausencia de lluvias es un factor característico del clima mediterráneo que posibilita la especificidad del mismo y la biodiversidad que contiene. La sequía es un elemento más que configura nuestro territorio, y forma parte de la irregularidad que nos recuerda la resistencia que muestra la naturaleza a ser dominada, lo que supone echar por tierra buena parte del sueño de la modernidad. Las civilizaciones se han definido, también, por la forma como se relacionaban con el agua, el entorno y la naturaleza, configurando así una determinada noción de territorio.
Hoy, la noción de desarrollo sostenible nos obliga a definir una nueva manera de relacionarnos con la naturaleza, una nueva manera de concebir el territorio, en lugar de pretender su dominación y anulación.
Una vez aclarada la vertiente natural del concepto de sequía, llega el momento de pensar en la construcción social de la sequía. Porque, al igual que ocurre con otros fenómenos sociales, la sequía en sí es un fenómeno, que, depende cómo se gestione, puede convertirse en un problema. Así ocurre, por ejemplo, con la inmigración: un fenómeno de nuestros tiempos que, depende cómo lo gestionemos, se convertirá en un problema… o no.
Por eso conviene tener claro que el momento para gestionar la sequía, o dicho de otra manera, para prevenir sus efectos, es mucho antes de que ésta aparezca. Y no creo que nadie se extrañe si se afirma que es cuando los embalses están llenos, cuando hay que pensar en las reservas…. De la misma manera que es en el momento de planificar el uso de los recursos, cuando hay que tener en cuenta que las sequías forman parte de nuestras especificidades y por lo tanto, no hay que obviarlas en la planificación tanto del uso del agua como de las prioridades que se establezcan. Ahí están las experiencias de bancos de agua para demostrar que es posible.
Por otro lado, cuando hablamos de planificación no podemos olvidar que ésta afecta tanto a la cantidad como a la calidad de agua disponible: luchar contra la contaminación y/o agotamiento de todas las fuentes de agua, debería ser una prioridad en la lucha contra los efectos de las sequías.
No obstante, más allá de medidas de gestión y planificación, es necesario hacer una reflexión: los avances tecnológicos y un modelo de desarrollo ajeno al concepto de sostenibilidad que entiende que los recursos son ilimitados, y asemeja demanda con apetencia, nos hacen olvidar, a menudo, que vivimos en la era de la sociedad del riesgo y eso no debería permitirnos, en los momentos de riesgo, echar la culpa a la “pertinaz sequía”.Aquellos tiempos ya pasaron.
Cristina Monge
Politóloga y participante del movimiento por la Nueva Cultura del Agua