Noticia casi desapercibida del año pasado: ya se han sobrepasado los límites al crecimiento. La expansión física (demográfica y económica) de las sociedades humanas ha superado ya la capacidad del planeta para suministrar recursos y asimilar residuos. Ya vivimos por encima de lo que la Tierra puede sustentar.
Diversas fuentes han coincidido en el diagnóstico. En la última edición del Informe sobre el Planeta Vivo, la WWF –una organización usualmente circunspecta- ha hecho suyos los cálculos de huella ecológica que indican que el uso de los sistemas renovables supera la capacidad natural de reposición en más de un veinte por ciento. Hacia 1960, la humanidad dejaba su marca sobre la mitad de la superficie biológicamente productiva del globo. Desde entonces, el planeta se ha vuelto pequeño. En algún momento, durante los años ochenta del siglo pasado, los límites fueron traspasados.
También hace unos meses se publicó la revisión, actualizada tres décadas después, del famoso informe al Club de Roma sobre los límites al crecimiento. La primera versión causó en su día un debate tormentoso y más tarde cayó en un curioso olvido a medias: todo el mundo recuerda que hubo ruido pero muy poca gente retiene el argumento ensu memoria. En pocas palabras, mantenía que el crecimiento simultáneo de la población, el capital, el consumo de recursos y la contaminación tenía que desembocar, si no se detenía a tiempo, en una situación de translimitación (de superación de los límites impuestos por un planeta finito) y, posteriormente, en un colapso demográfico y económico. Era, en todo caso, una prospectiva a muy largo plazo. Incluso el peor de los escenarios examinados aceptaba que la expansión podría continuar hasta la segunda década del siglo XXI.
La revisión reciente dice sobre todo dos cosas. Que ya se ha entrado, desde hace más de una década, en la fase de translimitación. Y que, por tanto, el colapso provocado por la falta o la tardanza de una respuesta de alcance suficiente es más probable que en 1972 (y más difícil de contrarrestar, porque la eventual transición ordenada a la sostenibildad exigiría ahora una fase de decrecimiento prolongada).
Opino que el debate sobre los límites es más actual que nunca, porque en los próximos diez o quince años se sabrá si Dana Meadows y sus colegas tenían razón o no. Todo lo que puedo decir, como observador interesado de la marcha del mundo, es que hasta hoy sus modelos más sombríos están acertando de cabo a rabo. Sospecho que, a partir de ahora, las preguntas interesantes no inquirirán acerca de las formas de prolongar la era ascendente del mundo industrial, sino sobre las posibilidades –si las hay– de organizar el descenso de una manera que resulta compatible con la conservación de la vida civilizada. Las propuestas pertinentes y constructivas no versarán ya sobre el desarrollo sostenible sino sobre las diferentes perspectivas del postdesarrollo.
Ernest Garcia
Catedrático de Sociología de la Universidad de Valencia