El balance ambiental de la presidencia española ha sido desastroso. El Ministerio de Jaume Matas ha tenido una actividad frenética pero sin rumbo alguno y ha acabado naufragando entre un sinfín de reuniones de pobres o nulos resultados: no ha habido una sola iniciativa, la Estrategia europea de Desarrollo Sostenible se ha paralizado, la UE ha dejado el liderazgo a Estados Unidos en el camino hacia Johannesburgo, la ausencia de diálogo social ha sido total… sólo la ratificación formal del Protocolo de Kioto, decidida políticamente mucho antes, quedaría en el haber de una presidencia fracasada.
Buscar las razones de este fracaso en la mera incompetencia no lleva a ningún sitio. En el Ministerio de Medio Ambiente como en los demás hay excelentes profesionales que desarrollan con dedicación su trabajo. El problema está en la orientación política del gobierno, que no tiene compromiso alguno con el medio ambiente o, lo que es peor, que tiene objetivos claramente contrarios a la defensa ambiental; que huye del diálogo social y sólo sirve a los intereses de los sectores empresariales más depredadores del medio. Y cuando la política interior es tan nefasta, lo es también su proyección europea.
Así pues, El Consejo de Primavera, celebrado en Barcelona, que debía haber dado un empujón a la Estrategia de Desarrollo Sostenible aprobada en Goteborg, significó un parón en dicha estrategia (pasando del top al stop, se comenta en los círculos europeos). Normal, teniendo en cuenta que el reino de España no sólo no tiene Estrategia de Desarrollo Sostenible (el papel elaborado por el Ministerio de Medio Ambiente es simplemente impresentable), sino que además desarrolla unas políticas económicas y sectoriales absolutamente insostenibles.
Tal es el caso del cambio climático. El gobierno ha tenido que reconocer que el incremento de emisiones españolas ha alcanzado el 33.8% en 2000 en relación a 1990. Y sin embargo sigue sin haber ni Estrategia ni Plan alguno. Así, la ratificación europea del Protocolo de Kioto ha quedado empañada por la irreponsable política climática española. Es más: desde Moncloa se trató de impedir que la UE respondiera, tal como querían otros gobiernos europeos, a la provocación de Bush al anunciar un plan sobre el clima que abandona cualquier objetivo de reducción. Finalmente Matas tuvo que expresar un débil desacuerdo con Bush, pero sólo después de que lo hiciera la Comisión.
Esta anécdota es indicativa del grado de sumisión a los intereses y políticas norteamericanas con el que ha actuado la presidencia española, rompiendo una dinámica de liderazgo europeo en materia ambiental. Esta sumisión ha sido fatal en un asunto de gran envergadura: la preparación de la Cumbre de la Tierra, que se reunirá en Johannesburgo del 26 de agosto a 4 de setiembre. Los Estados Unidos no quieren ni a bien ni a mal que esta Cumbre se parezca a la de Río 92, donde aunque tímidamente se adoptaron algunos acuerdos vinculantes, entre ellos la Agenda XXI y el Convenio sobre Cambio Climático. Ahora Bush quiere bloquear cualquier compromiso político vinculante y pretende aceptar solamente acuerdos voluntarios que encajar en los intereses de las corporaciones empresariales.
Sólo una postura europea enérgica, en alianza con los países en desarrollo y con el apoyo de las organizaciones sociales y ambientales, podría torcer tales pretensiones. Pero la UE ha dejado toda iniciativa a los EEUU durante estos seis meses.
Si el balance europeo e internacional de la presidencia española es así, no es mejor el interno. Destacando dos notas ya características: una, el único objetivo del Ministerio sigue siendo el de sacar adelante el insostenible Trasvase contemplado en el PHN; y dos, la participación social sigue brillando por su ausencia. ¿A qué tendrán miedo?