Los compuestos orgánicos persistentes o POPs, según la abreviatura inglesa de contaminante orgánico persistente, son un grupo de sustancias químicas que no tienden a degradarse en el medio ambiente y con tendencia a acumularse en los tejidos grasos de los organismos vivos. Dichas sustancias se caracterizan por bioacumularse, es decir que aumenta la concentración según se asciende en la cadena trófica, situando a las especies ubicadas en los últimos eslabones en una situación de mayor riesgo, incluyendo a los seres humanos.«No existe un ser humano en todo el planeta que no tenga alguna concentración apreciable de POPs». Debido a que los POPs son compuestos semi-volátiles, tienden a evaporarse en las zonas templadas del planeta (que en general coincide con los países más industrializados), a transportarse largas distancias y a condensarse y depositarse en las regiones frías del planeta, particularmente en el Ártico. Este hecho automáticamente traslada el problema de los POPs a una dimensión planetaria, pues las concentraciones más elevadas de POPs en animales e individuos, con los consecuentes efectos devastadores, se están registrando en poblaciones del Círculo Polar Ártico, muy remotas de los países que producen, comercializan y usan dichas sustancias tóxicas. Actualmente se está negociando un Tratado Internacional de vinculación legal con el propósito de reducir o eliminar doce POPs que se han identificado como los prioritarios, así como de establecer criterios para seguir aumenta dicha lista. Origen y tipo de sustancias Existe un importante número de sustancias químicas que, en principio, se consideran persistentes y bioacumulativas que se englobarían bajo el término POPs, la mayoría de ellas son sustancias antropogénicas y, por tanto, difíciles para ser reconocidas y, consecuentemente, incorporadas a los ciclos de degradación de la naturaleza. La “docena sucia”, como se denomina a los 12 POPs que se pretenden eliminar en primera instancia -los bifenilos policlorados (PCBs), las dioxinas, los furanos, junto con 9 plaguicidasno son más que la punta del iceberg del problema. Existen multitud de productos de elevada persistencia, toxicidad y/o bioacumulación dispersos por todo el planeta que además de los “doce” pueden considerarse POPs como, por ejemplo, los ftalatos, compuestos organometálicos, pentaclorofenol (utilizado para conservar la madera), entre otros. La dimensión y los efectos de estos otros POPs se explorarán en el siguiente número de Daphnia. Efectos sobre el medio ambiente Muchos de los efectos causados por los POPs en el medio ambiente se conocen desde hace más de medio siglo y, particularmente, con la publicación de La Primavera Silenciosa de Rachel Carson a principios de la década de los 60, que permitió que el conocimiento de estos riesgos alcanzaron el dominio público. En dicho libro se centró la alarma sobre la familia de plaguicidas clorados (DDT, aldrin, dieldrin, endrin, etc.), que hasta este Tratado Internacional no se verán regulados a nivel internacional, puesto que la aplicación indiscriminada de estos plaguicidas arrasaban con la vida de elevados números de animales de muy diversas especies (de pájaros, peces, insectos, etc.) imprescindibles en los ciclos naturales y que no eran el objetivo del plaguicida. Algunas de las conclusiones de este trabajo que alertaron a la comunidad científica sobre el enfoque especial que requerían esta nueva familia de contaminantes fueron: no resultaban tan eficaces en eliminar definitivamente las plagas; las pruebas del momento sobre animales de laboratorio no eran representativas de los daños reales en el ecosistema, algunas especies que no morían por envenenamiento directo o a través del agua o los alimentos, lo hacían por carencia de alimento, demostrando el papel indispensable de cada especie en la cadena trófica, así como de su función en un determinado ecosistema (incluyendo, por ejemplo, agentes de degradación de materia orgánica como los hongos, las bacterias o los gusanos de tierra); otros métodos de control biológico o tratamiento específico del problema demostraban ser más eficaces y más rentables económicamente a medio y largo plazo. Desde la publicación de ese libro, se han elaborado múltiples estudios que vienen a confirmar e incluso ampliar la dimensión de los efectos que los POPs causan en la naturaleza, así como la lista de compuestos responsables por dichos daños. Algunos de estos efectos incluyen: provocar la esterilidad, causar problemas para la reproducción, debilitamiento del sistema inmunológico y deformaciones de los fetos, entre otros. Estos efectos se han manifestado más drásticamente en las especies situadas en lo alto de las cadenas tróficas, por el efecto de bioacumulación ya explicado, como por ejemplo en diversos mamíferos marinos, tales como las focas o delfines. También entre otras familias se han detectado descensos en la población y problemas reproductivos como es el caso de algunas rapaces y, de ciertas especies de aves y peces marinos. Sin embargo, los efectos más alarmantes se han registrado en diferentes animales que pueblan el Ártico como consecuencia de la capacidad de los POPs de transportarse largas distancias y persistir en el medio. Así, por ejemplo, se ha registrado una alta mortandad en oseznos y la malformación de genitales en osos polares. Por otro lado se han cuantificado niveles de POPs en otro tipo de especies, que incluyen el zorro Ártico y algunas marsopas, que se asocian a efectos en la capacidad reproductiva y en el sistema inmunológico, daños en el sistema nervioso y alteraciones en el comportamiento y/o hábito. Otros efectos directos asociados al uso indiscriminado de algunos plaguicidas se refieren a la pérdida de numerosas especies de insectos que, no sólo no dañan la producción agrícola, sino que desempeñan una función beneficiosa en el ecosistema. Así, por ejemplo, se ven amenazadas muchas especies como las abejas que polinizan una tercera parte de toda la comida que se consume junto con otras especies vegetales que integran los ecosistemas, los escarabajos femeninos que pueden ingerir varios cientos de pequeños insectos al día (4.000 a lo largo de su vida) que constituyen una importante herramienta de control biológico, o pequeñas avispas que incuban sus huevas dentro de una especie de gusano que daña algunos tipos de cultivos. Efectos sobre la salud Existen estudios que relacionan ciertos POPs a daños severos sobre la salud humana desde hace más de medio siglo, como es el caso de problemas de salud laboral por la exposición a PCBs en el año 1936 o de la actividad estrogénica del DDT en 1950. Sin embargo, no fue hasta hace unos años que salió a la luz pública la seriedad y dimensión que alcanzan los riesgos de los POPs, particularmente en lo referido a las alteraciones del sistema hormonal que hasta ahora constituía un campo de investigación y difusión poco conocido. Esta publicación corresponde a Nuestro Futuro Robado1. De forma general, los principales efectos que se asocian a los POPs en seres humanos, son diferentes tipos de cánceres (testículos, mamas, etc.), descenso en el número de espermatozoides en el esperma, problemas en el desarrollo y aprendizaje de niños y alteraciones en el sistema hormonal. Una de las principales causas de alarma frente a muchos de estos efectos es que a pesar de manifestarse durante la vida adulta en muchas ocasiones son causa de una exposición prenatal a niveles muy bajos que son traspasados por la madre a través de la placenta. Muchos de estos efectos se producen porque los POPs en cuestión actúan como disruptores endocrinos, es decir, alterando el sistema hormonal al actuar como las hormonas naturales (por ejemplo, sustituyéndolas o interfiriendo con su función). En la actualidad se han identificado al menos 51 compuestos químicos sintéticos que trastornan el sistema endocrino. Con respecto a algunos disruptores endocrinos se considera que la presencia de cualquier concentración de la sustancia durante las fases críticas de desarrollo del feto puede resultar en daños para el individuo, tal es el caso de los PCBs. Una recopilación muy rigurosa al respecto de este tipo de daños se realizó en el libro ya mencionado de Nuestro Futuro Robado y más recientemente en el informe Agentes Hormonalmente Activos En El Medio Ambiente, elaborado por la US National Academy of Sciences. Este campo de investigación en relación a los contaminantes ambientales resulta muy nuevo y, según el Dr. Myers, las investigaciones más recientes apuntan a que afectan no sólo al sistema hormonal humano y animal, sino que pueden interferir en la comunicación de tipo simbiótico que existe entre especies vegetales, por ejemplo, alterando la fijación de nitrógeno. Otros estudios recientes disminuyen drásticamente el nivel a partir del cual se producen los efectos (por ejemplo, el Bisfenol-A utilizado como plastificante en muchos plásticos incluidos los recubrimientos de latas, se ha asociado con cáncer del próstata a niveles de partes por billón). No existe un ser humano en todo el planeta que no tenga alguna concentración apreciable de POPs, según el Dr. Myers. Dada la particularidad de que los POPs son capaces de producir efectos a niveles muy bajos, la pregunta se centra más bien en torno a qué efectos ya se están produciendo o se producirán en un futuro como consecuencia de la exposición inevitable a estos compuestos de los individuos a través del aire, el agua o los alimentos. Un equipo de investigación holandés, por ejemplo, ha obtenido una relación positiva entre la exposición en el útero a los PCBs y dioxinas acumuladas en las madres holandesas y efectos a largo plazo que se manifiestan en un retraso en el crecimiento y desarrollo del niño. Esto ha sido constatado por otro estudio en México, donde se comprobaron diferencias en el crecimiento y desarrollo intelectual de dos grupos de niños, con circunstancias socio-culturales similares, pero expuestos a diferentes niveles de plaguicidas. La importancia de estos resultados es que confirma la existencia de riesgos a los niveles “de fondo”, es decir, ya existentes en el medio y acumulados en las personas. Según un documento de trabajo sobre la exposición de la población a dioxinas, la concentración de dioxinas en la leche materna en el Estado Español, se eleva a una media de 22,4 pg TEQ por gramo de grasa. Este estudio sitúa a las madres españolas en cuarto lugar con respecto a la contaminación acumulada en la leche de los países estudios, es decir, por encima de otros 17 países del mundo (sólo nos supera Bélgica, Holanda y Alemania). Para poner esta cifra en perspectiva, dicha concentración representa cuatro veces el nivel de dioxinas permitido en la lecha de vaca que se puede comercializar en Bélgica. Por otro lado, la acumulación de POPs en la sangre y tejidos grasos tenderá a ser mayor en personas cuya exposición sea más directa, mayor o prolongada en el tiempo como puede resultar en trabajadoras y trabajadores de industrias o actividades industriales que producen, manipulan o gestionan este tipo de productos. Recientemente, un estudio sueco concluyó que los trabajadores/ as de una planta de desmantelamiento de equipos electrónicos tenían hasta 70 veces más de los niveles considerados “normales” de PBDE (difenileter polibromado) en la sangre (producto que se utiliza como inhibidor en estos equipos). Efectos en el Árticofg Estos problemas de salud se manifiestan en un grado mucho más dramático en poblaciones indígenas del Círculo Polar Ártico, donde se deposita gran parte de las emisiones planetarias, y cuya dieta se basa en gran parte en pescado y animales salvajes, que tienen acumuladas altas concentraciones de POPs. Se han detectado niveles 15 veces mayores de PCBs, 3,4 veces más de dioxinas, y 4 veces más de DDE , HCB y dieldrin en la sangre de mujeres Inuit que en mujeres del sur de Canadá. Consecuentemente, los niveles de POPs en los bebés indígenas del Ártico tienen acumulados niveles mucho mayores, que se asocia de forma directa con disfunciones del sistema inmunológico, problemas en el crecimiento, desarrollo y de comportamiento, entre otros efectos que pudieran aparecer a más largo plazo. Las repercusiones de estos compuestos sobre las poblaciones nativas del Ártico adquieren mayor gravedad en cuanto a que son en número muchos menos numerosas, por lo que un una aceleración en la mortalidad de individuos puede llegar a amenazar la supervivencia de todo su pueblo a largo plazo. La vida media de estos pueblos, que se situaba entre los 90 y 100 años, se ha visto drásticamente reducida, como consecuencia sobre todo de diversos tipos de cánceres inexistentes anteriormente. Por tanto, esta realidad, no sólo tiene una perspectiva ambiental o de salud, sino que plantea una cuestión de tipo ético, puesto que la pasividad del mundo industrializado que produce, consume y “beneficia” de los POPs, y por tanto tiene la capacidad de adoptar soluciones, puede constituir una forma más sutil pero real de genocidio. 1 Ver reseña en el Daphnia Nº 10, octubre 1997. Nuestro Futuro Robado. Colborn, T., Myers, J.P. y Dumanoski, D. Ecoespaña y Gaia-Proyecto 2050. ISBN: 84-920758-7-2.