«Toxic Deception» («Engaño tóxico») Dan Fagin, Marianne Lavelle y el Center por Public Integrity. Birch Lane Press/Carol Publishing Group, Secaucus (New Jersey), 1996. 294 páginas |
La “revolución química” de los últimos cincuenta años, a la que debemos sin duda notables avances, ha dado lugar también a problemas cuya verdadera y terrible magnitud sólo hoy comenzamos a atisbar. En los años cuarenta, el DDT —en plena oleada de optimismo tecnológico— se vende como una sustancia milagrosa, y en los anuncios de T i m e danzan verduras, animales y una granjera al ritmo del eslogan “DDT is good for me-e-e!” (“el DDT es bueno para mí”). Son los comienzos de la era química. En los años sesenta se acumula la evidencia de los problemas ecológicos y de salud humana causados por los biocidas que tan generosamente se están virtiendo a la biosfera. Desde comienzos de los setenta, se imponen fuertes restricciones o prohibiciones completas al uso del DDT en la mayoría de los países industrializados: el milagro tecnológico se ha convertido en veneno. En los noventa, con los descubrimientos sobre los efectos hormonales del DDT y otras sustancias químicas sintéticas (véase al respecto el importante libro de Colborn, Myers y Dumanoski Nuestro futuro robado —Ecoespaña Editorial, Madrid 1997—, ya reseñado en D a p h n i a) nos enfrentamos a una nueva y estremecedora dimensión del problema: no estamos hablando sólo de toxicidad o cáncer, sino de daños más sigilosos —pero potencialmente más devastadores— causados a los sistemas endocrino, inmunitario y neurológico.
Toxic Deception, un estudio encargado por un grupo cívico estadounidense, el Centro para la Integridad Pública, para averiguar cómo productos químicos tan problemáticos para la salud humana como el formaldehído, la atrazina o el percloroetileno pueden llegar al mercado y logran mantenerse en él durante decenios. La conclusión es inquietante: “en el nivel más fundamental, el sistema regulatorio federal {de EE.UU.} está guiado por los imperativos económicos de las empresas químicas —aumentar cuota de mercado y beneficios— y no por su mandato de proteger la salud pública” (p. 13). Pero lo verdaderamente notable del libro no es esta afirmación general, apoyada por cierto en una muy sólida masa de información y análisis, sino el desvelamiento de los micromecanismos mediante los cuales un puñado de transnacionales del sector químico —empresas como DuPont, Novartis o Monsanto— consiguen imponer sus intereses frente a los intereses generales de ciudadanos y ciudadanas (empezando por uno de los más básicos: el derecho a la salud). Micromecanismos examinados en detalle por Fagin y Lavelle, que incluyen la financiación de estudios científicos con conclusiones predeterminadas (favorables a la empresa), la orientación de la I+D pública mediante su cofinanciación, los mecanismos de revolving door (puertas comunicantes entre los altos niveles de la Administración controladora y las empresas supuestamente controladas, con un frecuente baile de puestos de trabajo públicos a privados y viceversa), los viajes para científicos y funcionarios estatales generosamente financiados por las empresas, el incansable cabildeo frente a congresistas y senadores... todo ello en un contexto político-legal en el cual se supone que un producto químico es seguro mientras no se demuestre lo contrario: exactamente al revés de lo que exigiría el principio de precaución. En EE.UU. se camuflan bajo el omnipresente eufemismo PR (public relations) muchas prácticas que en realidad habría que identificar como manipulación, extorsión, engaño y fraude; Engaño tóxico ofrece un exhaustivo muestrario de tales prácticas en el sector químico estadounidense. Los perdedores en tal proceso son nuestros cuerpos y la biosfera, convertidos a nuestro pesar en laboratorios químicos de alto riesgo.
Jorge Riechmann
Fundación 1.º de Mayo